Haciendo 69 entre los bancos
Esa mañana me desperté con una sensación diferente. Había algo excitante e inquietante en el 69 flotando en el aire que me dejó al borde de perder el control de mis instintos. El aroma del amor bailaba con tanto cuidado entre los nombres que deseaba, invocando sensaciones que nunca antes había experimentado. Mi corazón latía rápidamente, la tensión en mi espalda se acumulaba, se intensificaba.
Ni siquiera me había dado cuenta de hasta qué punto había invadido su paisaje poético, emocional y sexualmente, una vez que establecimos contacto visual. Su rostro, atento y reconfortante, con sus labios cariñosos, hicieron todo lo que había soñado a mi favor. Nuestros besos me introdujeron en el mundo del lenguaje tácito, el campo ilimitado de la pasión.
La observé desde lejos, admirando la curva de su cuerpo, la forma en que su cabello castaño caía sobre su pecho, revelando sus propias maravillas secretas. Se movió con gracia mientras yo la miraba, ansiosa por explotar. Y entonces, nuestra conexión se hizo realidad.
Una relación embriagadora con diferentes posiciones
Nuestro primer contacto fue con un joven que hacía 69, un gesto pecaminoso que nos llevó a un lugar de placer compartido. No habíamos planeado terminar en esa posición, pero sentí que nos habíamos detenido, permitiendo que el tiempo fluyera lánguidamente a través de nosotros. Nuestro cuerpo fluctúa simbólicamente entre varios mundos, debido a la insaciable sed de sensaciones.
Mientras nos centrábamos en el amor y el afecto que nos unían, comencé a explorar los contornos de su cuerpo, tratando de localizar cada punto sensible donde pudiéramos conectar. En cualquier punto de contacto entre nosotros, nuestros cuerpos en llamas respondían, fluyendo al unísono. Sus pezones eran esponjosos y su entrega a cada toque era adorable. Sus ojos me hipnotizaron cuando entré en ella cerca de su propia entrada. Su débil gemido se deslizó a través del bosque, mientras yo me empujaba más y más dentro de ella.
Empecé a moverme más rápido, subiendo, bajando y retrocediendo. Todos mis movimientos apuntaban dentro de ella, dándome todo el placer de chupar que necesitaba para volverme loco. Se inclinó mientras la encajaba y sentí su carne por todos lados.
Nuestras bocas se tocaban frecuentemente mientras nos penetábamos intensamente, y yo sentía su dulce miel, amarga, abundante, casi como si bebiera de un pozo sin fin. Era una pasión embriagadora, tan dulce e indescriptiblemente deliciosa que nos hacía profundizar más y más.
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